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domingo, julio 17, 2022

En Galicia los hospitales públicos no atienden a ancianos con coronavirus

Parece que el covid es cosa del pasado porque la gente ha obedecido como ovejitas a un Gobierno que ha dicho quiténse las mascarillas. Y las quitaron. Volvieron las fiestas, las parrandas, los besos en las dos mejillas, las manos estrechándose.

Volvimos a la normalidad de siempre. El coronavirus había despaparecido de nuestras vidas. El doctor Simón pasó al olvido. Las cifras de contagiados y fallecidos dejaron de ocupar las primeras páginas de la prensa. Nos hicieron olvidar a las ancianas y ancianos muertos como perros en las residencias de la tercera edad. Hicieron desaparecer del recuerdo colectivo los ancianos fallecidos en sus casas también como perros, las ancianas muertas gritando por un médico que no estaba.

Pero el coronavirus sigue existiendo. Tengo la mala suerte de estar viviéndolo con mi padre en mi casa, sin médicos, sin medios sanitarios, con un Hospital Chuac que lo echó dos veces con 39ºC.

Llevo toda la tarde luchado con parecetamol y Metamizol contra la fiebre que no le da tregua ni me da tregua. Llevo toda la tarde en mi trinchera, luchando una batalla que, tal vez tenga, perdida.

Llevo toda la tarde maldiciendo a los médicos, a la Sanidad Pública del Partido Popular del Alfonso Rueda y Alberto Núñez Feijóo y también a un Dios en el que no creo porque siempre está del lado de los ricos y poderosos.

Llevo toda la tarde dejándome la piel en lo que tenían que hacer en el CHUAC de A Coruña los médicos y las enfermeras: salvar la vida de un señor de 77 años contagiado de Covid que dedicó su vida laboral a construir muchos de los edificios que se ven desde las ventanas del CHUAC.

No, no piensen que mi padre era arquitecto. Era un simple obrero de la construcción, de esos obreros que nunca defienden los sindicatos, ni los políticos. Mi padre siempre fue ese trabajador que curra el pan de cada día haciendo los peores trabajos, porque es lo que hay cuando no tienes enchufes ni altas amistades.

Ahora ese hombre está en una cama, con fiebre, cuidado por las manos inexpertas de una hija que hace experimentos con el parecetamol en una lucha sin cuartel contra el covid.

Seguro que hay otras hijas, otras esposas, otras nietas, otras hermanas, otras familiares, otras Mujeres pasando por el mismo calvario en esta España, en esta Galicia, donde los hospitales de la Sanidad Pública han dejado de aceptar a la tercera edad.

Es por esas otras Mujeres (no por mí) por las que escribo esta vomitona en diez minutos antes de volver a ponerle el termómetro a mi padre. Gracias por leerla.

Ojalá un día salgamos del anonimato de nuestras casas todas las Mujeres Felpudo de esta España y nos atrevamos a manifestarnos en contra de los poderes fácticos de este país.

Allí estaré, en primera fila de la manifestación, levantando estas manos que están supliendo las manos de los médicos y médicas del CHUAC de A Coruña que no quieren atender a las ancianas y ancianos contagiados con coronavirus.

Médicas y médicos que cumplen la orden del amo, del político al frente de la Xunta del PP, del señor Rueda. Médicos y médicas que disfrutan con el sufrimiento de las hijas, las esposas, las madres, las hermanas, las nietas... Médicos y médicas que nos obligan a ser mujeres felpudo mientras ellos cobran sueldazos por no hacer nada.

María Rey
Economista



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