Pensaba ayer cuando regresaba de mi puente fuera de La Coruña que estamos viviendo las Navidades de "el Corte Inglés" y demás centros comerciales. Las grandes superficies coruñesas estaban de bote en bote, los pequeños comercios que las rodean también estaban abiertos y la gente se veía tan feliz como si el Deportivo hubiera ganado otra liga. Era un optimismo contagioso hasta para una persona como yo, más interesada en disfrutar de un escaparate bonito que en gastar el dinero en tonterías.
¿Y quién dijo que hay que borrar la Navidad del calendario? Seguramente alguien que vive encerrado en su propio mundo y alejado de la realidad. Estas Navidades comerciales no las mata ni el que fabricó el invento. Podemos decir que son un exceso ridículo, pero incluso los defensores de la mesura caemos en el encanto mágico de un regalo que nos regalan o nos regalamos a nosotros mismos.
Las Navidades comerciales nos invaden y nos dejamos invadir porque necesitamos cariño. Cuando llegue el día de Nochebuena ya llevaremos dos meses largos comiéndonos los dulces de estas fechas. Y tan felices.
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