Mirando la caída en desgracia del Rey Juan Carlos I piensa una lo fácil que es tirar una marca que tanto cuenta levantar. La marca Juan Carlos I no ha caído por méritos ajenos sino por deméritos propios. Ha sido el propio monarca el que ha dado al traste con su marca, el que ha conseguido que sus seguidores "juancarlistas" se sientan avergonzados de haberse considerado tal. Hasta los que siguen defendiendo su presunción de inocencia se sienten mal al buscar los méritos pasados de un Rey de España que ha optado por la vulgaridad del putero barriobajero.
Siguiendo en su línea de despropósitos este Rey Emérito ochentón se nos va de invitado del jeque Jalifa bin Zayed Al Nahayan, el actual emir de Abu Dabi y presidente de los Emiratos Árabes Unidos, ambos cargos heredados de su padre en 2004. Menos mal que es considerado un gobernante moderno en lo que se puede entender por modernidad en los países musulmanes. También su padre, Zayed ibn Sultán Al Nahayan, optó por la modernidad. Le sobraba dinero gracias al petróleo. Ese dinero lo utilizó para levantar edificios modernos, bancos y tiendas de primeras marcas, además de lujosos hoteles, o el conocido circuito de velocidad, que don Juan Carlos conoce de sus visitas anteriores a Abu Dabi, cuando aún no había caído sobre sus anchas espaldas el escándalo de los millones regalados a Corinna y los amores con la ex princesa alemana.
No ha sido un acierto que el monarca regrese al lugar del delito, a esos países árabes que regalan comisiones por un AVE construido por empresas españolas. El acierto ha sido para el jeque Jalifa bin Zayed Al Nahayan. No podría tener mejor influencer que don Juan Carlos, el Rey último rey exiliado de España para poner a su pequeño país en el mapa. Crecerá la fortuna de este jeque. La cifra de los 18.000 millones de dólares que estima la revista Forbes pronto se multiplicará por el pelotazo que ha dado.
Así cae una marca, señores. Don Juan Carlos I ha pasado de ser el rey campechano, el rey que había traído la democracia a esta España nuestra a ser el Rey invitado a la mesa del tercer gobernante más rico del mundo. Se ha convertido en un reclamo bufonero para el imperio hotelero del jeque de Abu Dabi. Sólo nos falta ver a don Juan Carlos en unos folletos de publicidad del Emirates Palace, el lujoso resorte donde podría estar el padre de Felipe VI tomando el sol en su bahía natural privada con su última amante, de nombre aún desconocido para la prensa rosa.
Don Juan Carlos no se sonroja. Está acostumbrado a recibir regalos de su anfitrión. En 2011 aceptó dos Ferraris. Se podría decir que los árabes ricos le pagan por su labor de influencer real. Don Juan Carlos es como una Isabel Preysler que promociona Porcelanosa. Tan bajo ha caído. Tan bajo nos ha hecho caer a los españoles que sentimos vergüenza ajena al verlo venderse como un pobre diablo. Hubiéramos preferido que optara por limpiar su imagen, pedir perdón por sus errores y recluirse en un convento. Carlos I de España y V de Alemania decidió finalizar sus días en un convento. Eso es dar ejemplo. Salir corriendo de una España que no lo ha echado para esconderse en el lujo de un amigo millonario árabe es ser un rey cobarde, un rey indigno de España.
Ante todo esto el hijo calla. La mujer no dice nada. La nuera no escucha. Y las nietas ya bastante tienen con la rodilla lesionada de la infanta Sofía. Esta monarquía es una marca en declive. De ellos depende emprender estrategias para remontar la marca. La monarquía española necesita urgentemente un especialista en marketing. Me ofrezco.
María Rey
Economista