Es cierto. He contrastado la noticia en varios medios de comunicación digitales y, tras comprobar en el calendario que llevo en la cartera que hoy no es el día de los Santos Inocentes, me lo he creído: Fidel Castro deja el poder.
Se va el dictador de Cuba mirando como se producen los cambios, si es que se producen, desde el lecho de la enfermedad. Nadie es eterno. Dios llama a los humanos a su vera o los aleja del sillón de mando enviándoles una enfermedad que les quita fuerzas para mandar. A Fidel Castro tardó casi medio siglo en ponerle freno. Hay que comprender que Dios también pilla vacaciones largas, sobre todo donde hace más falta su mano para evitar el dolor de los oprimidos por el poder.
¿Cómo será Cuba tras la dictadura? ¿Abandonará el hermano del dictador el gobierno? ¿Habrá elecciones democráticas? ¿Los universitarios podrán hacerle preguntas a los políticos sin que misteriosamente desaparezcan varios días de la luz pública? ¿Saldrán los presos políticos de las cárceles? ¿Regresarán los cubanos de la diáspora a su isla? Hoy todos estos interrogantes no tienen respuesta. Será interesante ver en los próximos días como se produce la transición de una dictadura a otro gobierno, esperemos que no dictatorial.
En todo caso, recuerda un poco la dimisión de Fidel Castro la abdicación de un rey absoluto. ¿Tendrá delfín este hombre barbudo? Me temo que sí. Los dictadores nunca se van del todo mientras viven. Son como el rey que abdica y queda vigilando como reina el hijo heredero, al que siempre consideró un poco tontorrón, pero es lo que hay. El dictador Castro también vigilará a su heredero desde un hospital donde viste chándal rojo y recibe visitas de su mejor pupilo: el señor Chávez de Venezuela.
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