Hay vicios consentidos por la sociedad, por ejemplo, el alcohol. ¿Quién no ha oído decir que un vaso de vino con la comida no hace daño? Quien dice uno dice dos, ¿y tres?..., "comiendo no hace daño" te dirán.
Así se inicia la senda del alcoholismo. ¿Por qué nos extrañamos de que los jóvenes practiquen el botellón los fines de semana más los jueves que incorporan a la semana finalizada? Han crecido viendo a los mayores beber vino, cerveza, licores variados, y ellos proclaman su adultez joven subiéndose a los consumos adultos. Si tienen la suerte de encontrar la moderación, no caerán en la enfermedad alcohólica, y serán aplaudidos por la sociedad que les ha enseñado a beber bebidas alcohólicas. Si la mala suerte los lleva al exceso, y el exceso a la enfermedad etílica, serán mal mirados por la sociedad, pese a ser esa misma sociedad con sus hábitos la que ha potenciado el camino equivocado.
Podemos decir que esos individuos en las redes del alcoholismo han ejercido su libertad. Tiene derecho a ella o, lo que es lo mismo, a estropear su vida de borrachera en borrachera. ¿Y sus familias? ¿Qué libertad pueden ejercer? ¿Cuidarlos en la enfermedad elegida por ellos o abandonarlos a su mala suerte?
Yo creo que, pensando en las cargas familiares que ocasiona el alcoholismo, el Estado tiene el deber de establecer una regulación lo más estricta posible sobre todas las bebidas alcohólicas. Hay que cambiar la sociedad. Si una ley acaba con la cultura de "un vaso de vino con la comida no hace daño", bienvenida sea. Evitaremos muchas familias rotas y, quizá también, muchos casos de violencia doméstica.
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