La trágica muerte de Érika

Los suicidios, presunto en el caso de la hermana de la Princesa, dan para mucho morbo ajeno y mucho dolor propio. Es España un país que se muere por una boda y se derrite por un entierro. No sé lo que le gusta más al Pueblo asilvestrado. Creo que ambas cosas, sobre todo cuando son servidas abundantemente por la televisión rosa.

¿Qué lleva a una persona en la flor de la vida a bajarse del tren de la existencia? Es incomprensible si lo miras desde el desconocimiento de las frustraciones personales que sólo comprendemos quienes las hemos sufrido; los temperamentales que tanto nos ponemos en pie de guerra contra un aborto o una eutanasia, como nos preguntamos qué hacemos en este mundo cuando los planes previstos se estrellan por mala suerte.

Las personas somos complicadas. Un día cualquiera despiertas y en vez de preparar el desayuno preparas la muerte. ¿La familia? ¿Qué importa? Te aferras a esa frustración que no cuentas a nadie y le echas el cierre a la vida.

Pasa en todas las familias; bueno, dejémoslo en un bastantes. ¿Quién no tiene un familiar, más o menos próximo, que ha elegido la salida rápida dejando tras si una tragedia difícilmente superable para la familia? El Pueblo asilvestrado que enciende el televisor buscando morbo debería mirarse un poco a sí mismo y respetar el dolor de la familia Ortiz Rocasolano y de la Familia Real. Sólo debemos darle nuestro pésame, y desearle a la Princesa de Asturias que Dios le dé la fuerza de ánimo suficiente para reponerse a la muerte de su hermana y llevar a feliz termino su segundo embarazo.

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