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martes, abril 29, 2008

La crisis del aceite de girasol

 El fantasma del aceite de colza resucitó el pasado viernes cuando el ministro de Sanidad alarmó al personal recomendando no consumir aceite de girasol. Yo le hice caso: tiré las tres botellas que tenía en casa nada más oírlo. Tal miedo me metió que no pienso tomar ni una tapa de tortilla en un bar por eso del aceite contaminado. Mejor prevenir que lamentar.
 
 El ministro Soria anda estos días bailando del no al sí y del sí al pero. Se entiende que las empresas embotelladoras presionan al Gobierno porque el negocio es negocio y la salud de los consumidores las trae al pairo. Lo que no se entiende es que un Gobierno elegido democráticamente se deje presionar por los peseteros del capital. Menos se entiende que no ejerza un férreo control sanitario sobre las importaciones de productos de consumo. Que una tela importada de China sea un tejido de pésima calidad no importa, que Ucrania nos venda un aceite presuntamente contaminado importa mucho. Está en juego la salud, e incluso la vida, de millones de ciudadanos, y con la salud no se juega, y mucho menos se permite al capitalista de turno hacerlo. Ahí sí que tiene responsabilidad directa el Gobierno del señor Zapatero. ¿Sabía el Gobierno que el aceite importado de Ucrania estaba contaminado? Y si lo sabía, ¿por qué no retiró esas partidas de aceite antes de ser embotelladas?...
 
 El poderoso caballero, que diría Quevedo, manda mucho, demasiado. Prima la minimización de costes. El empresario compra materias primas baratas, paga poco a los trabajadores, externaliza tareas. Eso sí, el precio del producto final no baja. Encima un día, cuando la crisis económica ya ha asomado las orejas, te vienen con que el aceite de girasol anda averiado. Si la inflación repunta todavía más ya sabemos a que echarle la culpa: a la compra masiva de aceite de oliva a la que nos han condenado.
 
 Lo que más fastidia en este asunto son los defensores que les han salido a las empresas embotelladoras. No quieren que el ministro nos asuste, y el señor Soria rectifica y hasta se ofrece a beber un trago de aceite. ¡Menudo valor! Conmigo que no cuente para compartir la botella.
 



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