Trabajadoras del hogar, cuidadores, manteros, temporeros, albañiles, manitas a domicilio o empleados de hostelería son algunos de los perfiles que encontramos en la economía sumergida, donde predominan mujeres jóvenes e inmigrantes sin papeles. Pero la economía sumergida sale de estos perfiles y toca a todo el mundo. Por ejemplo, un contrato a tiempo parcial en el que el trabajador trabaja más horas que las estipuladas es economía sumergida.
Mal van las cosas por la economía sumergida. Se estima que el covid-19 ha dejado sin ingresos al 73% de los trabajadores de la economía sumergida. Las personas que buscaban al chapuzas del barrio para pintar la habitación de los niños, dejan el cuarto sin pintar. Los que le daban un trabajo por horas que nunca conocía la Seguridad Social a la joven que limpiaba casas, han dejado de darle ese trabajo. Están sobrados de tiempo para limpiar ellos la casa por el ERTE del padre de familia. Los que pagaban a un señor para cortar el césped del jardín de la segunda residencia, han dejado crecer la hierba porque prefieren ahorrar ese dinero. Después de todo, la selva también es bonita.
Hay muchos casos de pobreza extrema en este país nuestro. Hay personas que viven con menos de 370 euros al mes. Son los buscavidas, los que no le importan a los medios de comunicación e importan menos a los políticos, son los que han quedado sin el salario mínimo vital porque están tan fuera del sistema que han caído en el olvido interesado por parte de las autoridades económicas y políticas.
Se estima que en España la economía sumergida se aproxima al 25%. Estamos hablando de una economía sumergida de 80.000 millones de euros, de entre dos y tres millones de empleos. Por eso economistas como Santiago Niño Becerra insisten en atrapar el dinero negro como medida para salir de la crisis económica. Ojalá que hablarán también de medidas para sacar a los excluidos sociales de su exclusión social y económica.
María Rey
Economista