La operación Malaya es el cuento de nunca acabar porque tiene más personajes que historia. En Marbella el delito se mide por kilo de cemento bien pagado, igual que en el resto de los ayuntamientos españoles, pero allí hay culebrón rosa y artisteo lo que le da a la cosa de las comisiones urbanísticas un aire de pandereta folclórica que nos hace olvidarnos de los desastres que cocina el señor Zapatero en la Móncloa.
¿A quién le importa que el asesino De Juana se pasee por San Sebastián gracias a un médico benévolo y al Presidente que le alivió la condena? Desde luego no a la gran audiencia que estos días alimentará el share, ya siempre bien alimentado, de los programas del corazón negro. Los españoles nos pegaremos a la pantalla para ver si la señora Pantoja llora por ella o por el marinero de sombras que tiene en prisión, miraremos con placer como cae otra torre (nos encantan las torres caídas) y asistiremos a los juicios paralelos de los pseudoperiodistas de la temática rosa. Ni siquiera será necesario conectar con el "tomate" para ver a doña Isabel, la tendremos en los informativos. No, los alérgicos a las salsas rosas tampoco nos salvaremos de los lloros folclóricos.
Entre faralaes, comisiones, cuadros de Miró (¡pobre Miró!) que adornan cuartos de baño y billetes de quinientos escondidos en los armarios de las mansiones ya tenemos al Pueblo entretenido. La vivienda está por las nubes, pero los que tienen grandes casas acaban en la cárcel. Quien no se consuele es porque no quiere.
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