Los Sanfermines tuvieron este año uno de los corredores más jóvenes de su historia de sangre, toro y pañuelico rojo. Un chiquillo de diez años era paseado por la mano de su padre delante de las astas de los toros rabiosos. Las cámaras de televisión captaban el instante en que niño y padre jugaban a la muerte como quien juega al monopoly después de cenar en familia.
Allí faltaba la madre, pensaba yo. No me imaginó a una mujer poniendo a un hijo delante de la cornamenta animal. Eso es cosa de hombres, siempre insensibles, irresponsables, todavía más machistas que el primer macho ibérico.
La madre o nada sabía o le faltaba la prueba gráfica necesaria para dulcificar una sentencia judicial de esas que ponen en manos de padres irresponsables al hijo para las vacaciones. Por suerte el toro se apiadó del chaval y no hay que lamentar la primera muerte de un niño en los Sanfermines. Sólo hay que lamentar que la Justicia en este país ponga los hijos en manos de padres irresponsables hasta para tenerlos un fin de semana.
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