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lunes, septiembre 17, 2007

No pudo ser el oro

No pudo ser. La selección española de baloncesto se quedó con la miel en los labios y tuvo que conformarse con una plata que sabe a derrota como todas las platas.

La medalla de plata es la medalla de los perdedores que ganan a los que se llevan el bronce en un triunfo que los pudo haber dejado fuera del medallero. Pero en este caso, nada tienen de perdedores estos chicos de Pepu que tantas alegrías nos han dado y prometen seguir dándonos si ayudan los hados.

Ayer no se puede decir que tuvieran la suerte de cara. Me refiero más que a la suerte de meter canasta, a la suerte que desprendía la grada. No es que yo crea mucho en eso de los gafes, pero deben ser como las meigas, que haberlas haylas. Cuando pasaron las imágenes de lo que había por allí sentado, los que me rodeaban ante el televisor, empezaron a hacer una porra de si íbamos a perder la final porque estaba el señor Zapatero y alguno otro que también consideraban gafe. Juro que cruce los dedos. Ante aquella teoría del gafismo que defendían mis compañeros de sillón, no se salvaba nadie. Bueno, se salvaban los gafes, que son gente que dan mala suerte a todos menos a sí mismos.

La teoría de los gafes y antigafes se cumplió en el último minuto de partido. Gasol falló la última canasta y se perdió el europeo como aquella llorada liga que se le fue de las manos al Deportivo en 1994. Yo ayer no lloré por el mundial perdido porque tras pasarme el partido oyendo a una amiga señalar con dedo acusador a ZP, Gallardón y demás invitados al evento como gafes, ya me había mentalizado para la derrota como la que está convencida de que no se le puede ganar a la mala suerte sin los que defensores de esta teoría del gafismo llaman antigafes. ¿Qué quién era el antigafe que tenía que estar allí y no estaba? Era Nadal. Habrá que arrimarse al tenista de Manacor para tener suerte.

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