Uno de los mayores problemas de La Coruña es el botellón. en las noches del fin de semana, la juventud coruñesa se desmelena en una borrachera colectiva que pone a prueba la paciencia de los vecinos que sufren ruidos y destrozos. Los ruidos van a más. A los gritos, multiplicados por el silencio nocturno, hay que sumar los coches-discoteca que amenizan el ágape etílico.
Es el fenómeno social de la última década: los jóvenes sólo se saben divertir con un botellón. Han visto beber en familia, en días de fiesta y en días cotidianos. No nos extrañemos de que se agarren a la botella de ginebra proclamando una verbena improvisada debajo de las ventanas de los vecinos que duermen. No nos extrañemos tampoco de que esos vecinos, a los que las autoridades municipales no le solucionan el problema, cogan la sartén y el tenedor y se vayan de cacerolada detrás del alcalde el día del Rosario.
Una cacerolada también tiene algo de fenómeno social. Un vecino que saca la olla a la calle ejerce de vecino cabreado avisando de un castigo en las urnas a ritmo de porompompero de menaje doméstico. Es un señor que va a votar seguro a la oposición para castigar al gobierno. En cambio, el joven del botellón es dudoso que vote al alcalde (por mucho que le deje beber a deshora en cualquier calle o plaza) un domingo que necesita para recuperarse de la resaca del fin de semana.
Ayer se libraron de la cacerolada los del Bloque, que la merecían tanto o más que el señor Losada. Es la ventaja que tiene no sumarse a la comitiva municipal que le reza a la patrona cuando no se ha regulado el botellón a tiempo y te puede salir unos señores desvelados que no son los del tambor de la orquesta.
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