Cada día más me convenzo para mi decepción de que vivimos en un país de panderetas, variadas, pero panderetas todas. Vergüenza ajena daban ayer sus Señorías en el Congreso.
El Gobierno por lo menos tuvo la decencia de reconocer que el fenómeno cayucos no va a ir a menos en el futuro. ¿Quién no quiere navegar hacía el Paraíso que le pintan las mafias aunque sea en una endeble barquichuela que amenaza un naufragio en cualquier momento? Todos soñamos con el Edén perdido por Adán y Eva pero muchos sabemos que los sueños sueños son y las promesas son siempre falsas.
La oposición demostró estar de vacaciones en Babia. ¿Es que el PP sólo puede ofrecernos la triste imagen de una señora que lee peor que un crío de párvulos un texto escrito supongo que por algún becario? Debió dejárselo leer al becario. Lo haría mejor y dejaría al pabellón de la gaviota en un lugar más digno.
Pero no había acabado todavía la tarde de oratoria gloriosa. Faltaba el nacionalismo canario que juega a enfadarse en Tenerife con ZP y a bajar los decibelios de sus protestas en Madrid. Inventó el buen señor "el efecto atracción" sin inmutarse, como si las Islas Canarias desprendieran un erótico perfume que atrajera a todos los habitantes de la empobrecida África.
Debe ser cosa del síndrome postvacacional que hace estragos entre los políticos.
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