Un año de pontificado de Benedicto XVI da para darse cuenta que las cosas en la Iglesia jerárquica no van a cambiar en esencia sino en formas por parte del nuevo Papa. Se acabaron los viajes casi enlazados unos con otros, las frecuentes apariciones del obispo de Roma, los encuentros multitudinarios que quedaban perfectos para la foto de las portadas de los medios de comunicación,... El Papa Raztinger es un señor tímido que busca las palabras para mirar hacía dentro de la Iglesia. Los focos no son lo suyo aunque no desprecia la ocasión de ponerse un gorro que quede bien para la instantánea ya sea de un traje papal resucitado para la navidad o un tricornio de la benemérita.
Estamos vivendo el papado de la continuidad de la esencia con un cambio de estética. Nada de comuniones para divorciados. Nada de celibatos voluntarios. Nada de quitar el pecado del preservativo. ¿Sacerdocio femenino? ¿Quién pensó tal disparate? Desde luego no fue el Papa Ratzinger, fiel guardián de la fe, el que tuvo esa pesadilla. De los matrimonios homosexuales con la bendición de la Iglesia ni hablar, por el Vaticano se dice aquello de que casarse es cosa de un hombre y una mujer que forman familia.
Mucha esperanza fantasiosa se deposito en Benedicto XVI tras la fumata blanca que parecía un poco gris sobre la capilla Sixtina. El sucesor de Juan Pablo II no engaño: es "un humilde trabajador de la viña del señor". Los católicos vanguardistas y los no creyentes que quieren modernizar el catolicismo deseaban una especie de Harry Potter anciano. Tendrán que esperar.
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