Es difícil perder porque en el fondo todos somos malos perdedores aunque unos lo ocultamos mejor que otros. El señor Berlusconi no lo oculta. Enseña su rabieta a los italianos recurriendo a la revisión de papeletas por si algunas se le traspapelaron hacía su contrincante electoral mientras ofrece alternativas como la coalición a la alemana o, si nada se puede hacer, una oposición fuerte que volverá pronto al sillón del Gobierno italiano.
Perder unas elecciones por muy pocos votos debe ser como suspender un examen con un cuatro que tira a cinco pero se queda en insuficiente. Es un casi pero sin llegar al número de votos necesarios. Si se mira el vaso medio vacío se ve como una derrota amargamente dulce. Si somos optimistas, no sé si el señor Berlusconi lo es, la derrota se siente dulce sin amargura porque como el alumno que suspende con un cuatro y medio sabe que arranca de una línea de salida que estudiando un poco lleva más fácilmente al sobresaliente que si hubiera suspendido con menos nota el examen.
El cavallieri tiene a su favor que la Unión del señor Prodi no tiene mucha unidad. La reciente historia de Italia confirma que el Olivo nunca acabo la legislatura.
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